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Wednesday, June 3, 2009

Érase una vez una isla



Érase una vez una isla enclavada en el mismo centro del Caribe, entre cuba y puerto rico exactamente. El sol rompía a la mitad su vientre de oro y plata, era divino contemplar las noches de luna y en las madrugadas adustas podían contarse una a una las estrellas.

Antes de ser país, era hermosa aquella isla, era verde en sus cuatro puntos cardinales, repleta de ríos vírgenes y altas cordilleras azules.

Entonces llegamos nosotros cargados de una espantosa miseria humana, tan infame que asusta al más pequeño de los cerebros espirituales, al más candoroso de los corazones.
Llegamos cargados de antipatía para los demás, saturados de ignorancia ante lo divino, henchidos de desidia, con la mente llena de zancadillas, angurria, acechanza, engaño y mentira.

Con el corazón vacío de amor, pero con un ánimo atiborrado de vanidad, y por alcanzar riquezas y fama, nos hemos convertido en los crueles habitantes para la isla y para nuestros semejantes.
Somos depredadores innatos, por la riquezas hemos secado los ríos, hemos desforestado los valles, montes y colinas. La vida en la isla, mi isla, es cada vez más difícil
Nada de sol en nuestro entendimiento, quien todo lo da día a día sin esperar nada a cambio.
Nadie quiere reconocer la verdad del otro, nadie quiere dar la mano al otro, nadie vive para servir a los demás, por que todos vivimos forjando nuestro futuro particular, como si el mundo se acabará mañana y por lo tanto hay que apresurarse a vivir para uno mismo y nada más.

No puedo reconocer el talento de otro, ni puedo dar la oportunidad de ser a otra persona, por que eso me quita oportunidad de ser a mí. ! Que mezquino pensamiento! Yo tengo que tener lo mió, lo demás no me importa. Que sentimiento más enflaquecido, inhumano y poco espiritual.
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El Diario de Santo Domingo | Santo Domingo, Distrito Nacional, República Dominicana | 2010